"Hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad", que decía don Hilarión. Y no hay mejor ejemplo que cuando veo que me estoy enrollando y tengo que ir al teatro. Como siempre, no me acuerdo ni de la sala ni de la hora, así que miro en internet con mi mega teléfono Android y me dice que las funciones son a las 20:30 en el teatro Fernando Fernán Gómez (Pza. de Colón), así que para allá me dirijo con mi código de reserva y la tarjeta, que la piden.
Lo gracioso empieza cuando me dicen que llego con un mes de adelanto, y la verdad, con lo despistado que soy me lo creo. Aun así le digo a la taquillera que si me puede dar la entrada ya, y al mirar en el sistema, resulta que la Fedra para la que tengo entradas es para la que ponen en el Teatro Bellas Artes, no para la que pondrán dentro de un mes allí.
Corre que te corre y con ayuda de un autobús que me lleva por Recoletos, y la colaboración del personal del teatro (que ya estaban cerrando las puertas), llego justito de tiempo y soy el penúltimo en entrar.
El argumento de la obra, todo un clásico aunque lo firme Juan Mayorga, narra la desesperada situación de Fedra que se quiere morir, no por la ausencia de su marido Teseo, como cree todo el mundo sino porque está enamoradísima del hijo bastardo de éste, Hipólito, en el que ve el vivo retrato (y cercano) del hombre del que se enamoró (lejos él en las guerras).
(Mal)aconsejada por su ama, Enone (en un juego de diálogo perfecto en el que las excusas primero dadas se convierten después en razones a favor) porque ve mal momento político para que Fedra se muera, decide llevar adelante su pasión haciendo a Hipólito conocedor de ésta. Él la rechaza, entre otras cosas porque su padre le encargó defender la plaza, y también porque no la traga, aunque no sé yo si al final parece que le hace tilín la idea, pero no tendremos oportunidad de saberlo, porque justo hoy, después de tantos años (es lo que tienen las tragedias, que las cosas pasan en el peor momento porque tienen que pasar en el peor momento) ¡VUELVE TESEO!
Fedra (peor)aconsejada por Enone, antes de que Hipólito la acuse de nada, lo acusa a él (traidora) de haberla forzado. Teseo, que la cree (como debe hacer un marido), condena a Hipólito sin escucharle (como no debe hacer ni un padre ni un rey) ya que ni siquiera se defiende porque juró guardar secreto.
La condena es la peor para alguien que ama tanto a su padre: el destierro.
Por si no es bastante, Hipólito, al que su propio padre le deseó el mal, es aplastado por sus caballos (que es lo que significa Hipólito: roto por caballos) y muere tremendamente desfigurado.
Fedra confiesa ante su cuerpo aún vivo, consiguiendo para él el perdón de su padre y se suicida, que es lo que tenía que haber hecho nada más empezar la obra. Lagrimones del menda por la muerte de Hipólito, que qué culpa tendrá en todo esto, y ovaciones generosas por parte del respetable.
En la interpretación están bien todos, todos sin excepción, destacando Alicia Hermida, por señora, que cuando va de buena es muy buena y cuando va de mala es mejor, el aplausímetro sube un par de puntos cuando saluda. Ana Belén gustará hasta a los que la tienen tirria y Fran Perea, al que veo por primera vez sobre las tablas, cumple perfectamente aunque con unos pequeños defectos formales que pulirá con el tiempo. Hay que tener en cuenta que probablemente (que no lo sé, oye) sea el del currículo más corto después del de su hermano Acamante (Víctor Elías, tambien hermano en "Los Serrano").
Por no dejarlos en el tintero, Chema Muñoz está magnífico e imponente, como corresponde a Teseo, con ese vozarrón que deja a todos helados. Y cerrando el reparto Javier Ruiz Alegría, al que ya tengo ganas de ver de protagonista y no de "amigo del protagonista" que es el encargado de hacer de diván de psicoanalista de Hipólito. También está bien, aunque es el que menos ocasión tiene para lucirse y por ello no lo hace, que si quisiera destacaría.
La escenografía perfecta por mínima (que no minimalista): una pared rajada de arriba a abajo y un cajón escamoteable que hace las veces de cama. Es muy llevadera, porque cabe en casi cualquier teatro y creo que, en efecto, están girando. Vestuario fantástico el de Ana Belén, especialmente los dos vestidos que pongo en imagen, uno azul con capas de distinto largo y un albornoz con capucha con grandes franjas verticales amarillas naranjas y rojas (me lo pido).
En conclusión, ¡que vivan los clásicos! (y acordaos de mirar bien en qué teatros ponen las obras).
¡Vaya chapa!, cómo se nota que estaba todavía emocionado por la obra.
ResponderEliminar